14 agosto 2022

Encontré más humanidad en una vela que en Eduardo

Yo sé que estuve mal, que fallé, que no hice mi parte, pero esas cosas a veces pasan. Yo sé que la factura estaba impagada y francamente se me traspapelo. No sé qué ocurrió.


Ese día llegue a casa a eso de las 19 30 después de un día agotador. Me había despertado muy temprano, las cantidad de tareas que tenía que hacer ese día habían logrado arruinarme el sueño. Me desperté, me bañé, levanté los chicos, hice el desayuno, los llevé al colegio, me fui a trabajar.


Salí hacer algunos encargos, fui hasta la obra, volví a la oficina, unas cuantas reuniones, trabajo en la computadora, volver a la obra a llevar materiales y de vuelta a la oficina. Ese día fue largo, muy largo. Cuando finalmente llegué a casa me di cuenta que no tenía luz, el portón no abría.


me bajé del auto y abrí a la fuerza el pesado portón para poder entrar. 

Una vez adentro y aprovechando las pocas rayos de sol que aún entran por la ventana me dispuse a revisar qué había pasado con la luz. Comencé un periplo en la web hasta poder dar con la oficina virtual, dónde pude ver que una factura había quedado sin pagar. Seguí los pasos, saqué la tarjeta y después de algunos intentos logré ponerme al día.


En el medio empecé a rebotar contar un bot de WhatsApp qué, como todo asistente virtual, tenía nombre de mujer. Porque somos muy modernos, muy tecnológico muy inclusivo, pero a los asistentes virtuales, la versión más cercana a una secretaria de la vieja escuela, les ponemos nombres de mujeres. Pero no quiero detenerme en esto. 


Los cierto es que María Luz, así se llamaba el asistente virtual, fracasó con todo éxito al intentar solucionar mi problema de falta de pago y reconexión de la luz, por lo que me dispuse intentarlo por teléfono.


Las cosas no fueron mucho más sencillas cuando todas las opciones que me daba el 0 800 para solucionar el problema me derivaron al bot de WhatsApp con el que ya había fracasado.


Pero esto no podía quedar así, la noche empezaba caer y vos estabas por llegar y yo no tenía luz. 


Convencido de qué alguna opción iba a derivarme con un ser humano, comencé a mentir diciendo que un cable chisporroteaba en la vereda para poder dar con un ser humano al que pudiera contarle mis problemas.


finalmente me atendió alguien que rápidamente entendió mi situación y me dijo con mucha contundencia que la factura seguir impaga y que no podía devolverme la luz. Adujo que el departamento comercial trabaja hasta las tres de la tarde motivo por el cual tenía que esperar al día siguiente para poder informar mi pago y que ese departamento me habilite la reconexión.


Un tanto sorprendido por el nivel de respuesta, le pedí amablemente que me comunique con un supervisor. Es ahí donde entró Eduardo.


El supervisor escuchó amablemente todo mi relato, mis explicaciones, y volvió a repetirme lo mismo que me había dicho su antecesora.


Argumenté con todo lo que tenía a mano y algunas cosas más. Desde remedios que no podían perder la cadena de frío, alimentos en similar situación y hasta la calefacción que no voy a poder encender para poder soportar el frío de este crudo invierno. Le hablé ancianos, niños, y nada le importó.


Eduardo una y otra vez durante 47 minutos me repitió que la factura estaba impaga, que ese era un problema mío y que él de ninguna manera iba a mandarme a los técnicos a solucionar el problema.


Apele a la humanidad de Eduardo y no lo encontré.


Le consulté si él podía llamar a los técnicos para hacer la reconexión y me contestó que sí pero lo mío no era un problema técnico era un problema administrativo..


Le expliqué de 1000 maneras distintas que la provisión de luz eléctrica en un hogar es un servicio de 24 horas, que debería tener algún protocolo para atender estas necesidades sin depender del equipo comercial, que trabaja de 8 a 15. “No te estoy diciendo que me quedé sin whisky, te estoy diciendo que me quedé sin luz. Es un servicio esencial, no podés contestarme que hasta que no lo vea un comercial vos no puedes darme la luz”


Eduardo estaba muy bien entrenado para soportar clientes insistidores. Durante 47 minutos le estuve taladrando el cerebro mientras él me respondía que el sistema no se lo permitía. “Pero vos cómo supervisor podes tomar decisiones o solo haces lo que diga el sistema?”


Me dijo que en situaciones particulares puede accionar… pero que esta no era una de ellas. Tanto insistí que Eduardo decidió cortarme en el minuto 47. Había logrado ganarle la batalla argumentativa, pero seguía sin luz, y vos ya habías llegado a casa.


Por suerte compraste velas y la cena pudo seguir adelante. No pude cocinarte pero el delivery estuvo en altura de las circunstancias. Comimos, bebimos, reímos. No permitimos que Eduardo nos quite esa noche. 


Cuatro velas trae un paquete que puede conseguirse por 50 pesos en un kiosco. Dos velas bastaron para que conectáramos, 25 devaluados pesos lucharon dignamente contra todos los sistemas y protocolos inhumanos de la empresa proveedora de energía eléctrica. Y lo hicieron con nobleza y entrega.


Una de ellas se acabó primero, pero permitió que mis ojos vean todo tu cuerpo, tu sonrisa. La segunda de ellas resistió, puso todo de ella, entregó hasta su último suspiro para iluminarnos, para permitirnos vernos con nuestros ojos y nuestras almas. Y de pronto cedió, la vimos morir, y en ese último suspiro de luz que nos regaló, en ese último esfuerzo que hizo por iluminarnos, vimos como su fuerza se agotaban lentamente y entendimos que esa vela de $12.5 se esforzó mucho más que Eduardo.


Me hubiera gustado cocinarte, porque cuando uno cocina a alguien le da amor. Pero Eduardo no quiso solucionados el problema ya esta altura no sé si enojarme con él o agradecérselo, porque ese día entendí que cuando la compañía es buena sólo necesitas 12 pesos con 50 para que simplemente podamos vernos mientras nos disfrutamos.


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